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lunes, 9 de abril de 2018

Las prisas de Don Zacarías.


Capítulo.- 2

Las prisas de Don Zacarías.




A primera hora de la mañana ya estaba Don Zacarías aporreando la puerta del chalet que ocupo en el encinar, cuando le he abierto la puerta, le he visto que traía mi portátil en bandolera, en el momento en que se lo pedí, me lo ha denegado, diciéndome que vayamos a dar un paseo y que empiece a contar lo ocurrido con la señorita Ana Camacho Martínez, algo que tendrás que hacer es escribir en el ordenador todo lo que me vayas contando sobre este asunto, para ello buscaremos un lugar recóndito en el encinar, a ser posible alejado de los demás trabajadores pues ya sabes que los gatos somos muy curiosos y aquí trabajan una buena camada de ellos y como todos los gatos son curiosos por naturaleza.
Una vez que nos habíamos alejado un par de kilómetros encontramos una encina de buen tamaño, la encina que antes llevaba por nombre la “Encina de Don Kerkus” y que ahora y por acuerdo mutuo y en votación, en la que participaron todos los trabajadores de “El Encinar”, ha pasado a denominarse: “La encina del águila” y que nos protegería del sol, llegamos a ella y tomamos asiento y en ese momento me entregó el ordenador para que al mismo tiempo que le iba contando mi aventura, la fuese escribiendo, todo esto con el fin de llevarse otra vez el ordenador, imprimir las copias que creyera necesarias y archivarlas en su caja fuerte que en el sótano más recóndito tiene debidamente protegida.
Puedes comenzar -me ordenó- y procura no faltar a la verdad.
Ya sabéis Don Zacarías que aunque haya tenido algún desliz en mi vida, ahora y a mi edad tengo la cabeza debidamente asentada sobre los hombros y por lo tanto, no tengo nada que ocultaros.
Déjate de triquiñuelas y comienza de una vez, que estas historias de romances me ponen muy libidinoso.
Está bien Don Zacarías, pero podríamos empezar mañana.
Empezamos hoy, pues mañana nunca llega, ¡Comienza¡
Tuve que comenzar, pues este gato es bastante tozudo.
Don Zacarías, a esta señorita, o mejor “fulana” la conocí al poco tiempo de trasladar mi domicilio a Salamanca, pues primero alquilé una habitación en un piso compartido y una vez instalado me dediqué a buscar tranquilamente un apartamento en las debidas condiciones, una vez que lo encontré, todos los días iba al quiosco más cercano al apartamento a comprar la prensa, para pasar la mañana leyéndola. Aproximadamente durante quince días, me atendió una señora de unos cincuenta años, pero pasados esos quince días; a primera hora de la mañana fui como de costumbre a comprar la prensa y había una joven escultural que estaba bajando el toldo del kiosko, esta vestía una minifalda pantalón cortita y llevaba una camisa medio transparente que dejaba ver un sujetador tipo wonderbra de un tejido finísimo, y al estar con los brazos levantados para bajar el toldo, sus tetas resaltaban en todo su esplendor, pero qué tetas Don Zacarías, qué tetas, con el fresco de las primeras horas de la mañana los pezones de sus tetas estaban en toda su majestuosidad, estaban tersos y ahí comenzó mi perdición.
Pasados unos días comenzamos a charlar un poco cada día y a medida que estos fueron pasando la conversación se alargaba cada día más y nos fuimos enamorando uno del otro.
No sé cómo se enteró, del restaurante donde cenaba todas las noches, una noche cuando llegué a cenar estaba en la barra que hay en el bar, pues el bar estaba en la planta baja y el restaurante en el sótano del local, a esta se accedía bajando unas escaleras que estaban a la entrada del bar, concretamente a la izquierda, no había empezado a bajar las escaleras y ya oí que alguien me siseaba, alcé la mirada y allí, en la barra del bar estaba Ana tomando un vino con el correspondiente aperitivo. Yo ya estaba con ganas de encontrarla fuera del kiosko y creo que a ella le ocurría lo mismo.
Don Zacarías Moro Moro.
Volví a subir los tres o cuatro escalones que ya había bajado, fui hacia ella y la invité a cenar. Durante la cena me comentó que sabía que venía de hacer artes marciales del gimnasio y me propuso que podíamos salir a correr al día siguiente a primerísima hora, pues a las ocho y treinta minutos de la mañana tenía que empezar a trabajar en el negocio que su madre regentaba y en ello quedamos, a las seis y media de la mañana del día siguiente nos reunimos en el punto de encuentro que habíamos quedado y estuvimos corriendo alrededor de tres cuartos de hora, pues la joven esta no se encontraba en plena forma, el primer apretón de manos, si se le puede llamar así, fue a la vuelta, en el momento que teníamos que atravesar la carretera que une Salamanca con Zamora, pues me vi obligado a cogerla de la mano para que pudiera atravesarla, ante el miedo que dijo que le daban los vehículos que pasaban, una vez atravesada la carretera, al querer soltar su mano de la mía, me fue imposible, no había forma de conseguirlo, debido a que ella no dejaba que la soltara y de esta forma nos fuimos a desayunar a un bar cercano. Terminado el desayuno ella se fue a casa de su madre y yo al apartamento que había alquilado con el fin de ducharme, no sin antes que ella me confesara que quería salir a correr conmigo a diario, con el fin de ponerse en forma y adelgazar un poco, pero si le digo la verdad Don Zacarías no lo necesitaba, quizás necesitaba adelgazar un poco de sus glándulas mamarias, pero para mi gusto tampoco eso necesitaba.
Aquí lo dejamos hoy Don Zacarías, se lleve el ordenador, imprima lo que en él he escrito al mismo tiempo que se lo contaba y me deje con estos dulces y agradables recuerdos.
Está bien -dijo- con tus recuerdos te dejo, pero de ahora en adelante, ya sabes, todos los días y a la misma hora te presentas en este mismo lugar que yo ya estaré esperando tu llegada con impaciencia, pues puede que este romance puede dar mucho de sí.
De acuerdo -conteste- mañana a la misma hora y en el mismo lugar.