Capítulo.- 2
Las prisas de Don
Zacarías.
A primera hora de la
mañana ya estaba Don Zacarías aporreando la puerta del chalet que ocupo en el
encinar, cuando le he abierto la puerta, le he visto que traía mi portátil en
bandolera, en el momento en que se lo pedí, me lo ha denegado, diciéndome que
vayamos a dar un paseo y que empiece a contar lo ocurrido con la señorita Ana
Camacho Martínez, algo que tendrás que hacer es escribir en el ordenador todo
lo que me vayas contando sobre este asunto, para ello buscaremos un lugar
recóndito en el encinar, a ser posible alejado de los demás trabajadores pues
ya sabes que los gatos somos muy curiosos y aquí trabajan una buena camada de
ellos y como todos los gatos son curiosos por naturaleza.
Una vez que nos habíamos
alejado un par de kilómetros encontramos una encina de buen tamaño, la encina
que antes llevaba por nombre la “Encina de Don Kerkus” y que ahora y por
acuerdo mutuo y en votación, en la que participaron todos los trabajadores de
“El Encinar”, ha pasado a denominarse: “La encina del águila” y que nos
protegería del sol, llegamos a ella y tomamos asiento y en ese momento me
entregó el ordenador para que al mismo tiempo que le iba contando mi aventura,
la fuese escribiendo, todo esto con el fin de llevarse otra vez el ordenador,
imprimir las copias que creyera necesarias y archivarlas en su caja fuerte que
en el sótano más recóndito tiene debidamente protegida.
Puedes comenzar -me
ordenó- y procura no faltar a la verdad.
Ya sabéis Don Zacarías que
aunque haya tenido algún desliz en mi vida, ahora y a mi edad tengo la cabeza
debidamente asentada sobre los hombros y por lo tanto, no tengo nada que
ocultaros.
Déjate de triquiñuelas y
comienza de una vez, que estas historias de romances me ponen muy libidinoso.
Está bien Don Zacarías,
pero podríamos empezar mañana.
Empezamos hoy, pues mañana
nunca llega, ¡Comienza¡
Tuve que comenzar, pues
este gato es bastante tozudo.
Don Zacarías, a esta
señorita, o mejor “fulana” la conocí al poco tiempo de trasladar mi domicilio a
Salamanca, pues primero alquilé una habitación en un piso compartido y una vez
instalado me dediqué a buscar tranquilamente un apartamento en las debidas
condiciones, una vez que lo encontré, todos los días iba al quiosco más cercano
al apartamento a comprar la prensa, para pasar la mañana leyéndola.
Aproximadamente durante quince días, me atendió una señora de unos cincuenta
años, pero pasados esos quince días; a primera hora de la mañana fui como de
costumbre a comprar la prensa y había una joven escultural que estaba bajando
el toldo del kiosko, esta vestía una minifalda pantalón cortita y llevaba una
camisa medio transparente que dejaba ver un sujetador tipo wonderbra de un
tejido finísimo, y al estar con los brazos levantados para bajar el toldo, sus
tetas resaltaban en todo su esplendor, pero qué tetas Don Zacarías, qué tetas,
con el fresco de las primeras horas de la mañana los pezones de sus tetas
estaban en toda su majestuosidad, estaban tersos y ahí comenzó mi perdición.
Pasados unos días
comenzamos a charlar un poco cada día y a medida que estos fueron pasando la
conversación se alargaba cada día más y nos fuimos enamorando uno del otro.
No sé cómo se enteró, del
restaurante donde cenaba todas las noches, una noche cuando llegué a cenar
estaba en la barra que hay en el bar, pues el bar estaba en la planta baja y el
restaurante en el sótano del local, a esta se accedía bajando unas escaleras
que estaban a la entrada del bar, concretamente a la izquierda, no había
empezado a bajar las escaleras y ya oí que alguien me siseaba, alcé la mirada y
allí, en la barra del bar estaba Ana tomando un vino con el correspondiente
aperitivo. Yo ya estaba con ganas de encontrarla fuera del kiosko y creo que a
ella le ocurría lo mismo.
Don Zacarías Moro Moro. |
Aquí lo dejamos hoy Don
Zacarías, se lleve el ordenador, imprima lo que en él he escrito al mismo
tiempo que se lo contaba y me deje con estos dulces y agradables recuerdos.
Está bien -dijo- con tus
recuerdos te dejo, pero de ahora en adelante, ya sabes, todos los días y a la
misma hora te presentas en este mismo lugar que yo ya estaré esperando tu
llegada con impaciencia, pues puede que este romance puede dar mucho de sí.
De acuerdo -conteste-
mañana a la misma hora y en el mismo lugar.